La importancia del movimiento libre desde el nacimiento
Uno de los momentos más memorables del embarazo, es cuando la madre siente por primera vez al bebé moviéndose.
Esta sensación suele generar alegría para ella y quienes estén en ese momento a su lado: “¡Se acaba de mover!, lo he sentido, ¡Ven, pon tu mano aquí!, ¡Se ha movido otra vez!”.
Sin embargo, cuando el bebé nace, a veces se apodera de los padres un miedo irracional de que el niño o niña se mueva y se gire, cayéndose de la cama, o cuando aprenda a sentarse, pierda el equilibrio, o que cuando aprenda a gatear se caiga o golpee… ¿por qué? ¿Por qué cuando estaba dentro del útero, el bebé podía moverse con total libertad y cuando nace, no hacemos más que ponerle ataduras y obstáculos para evitar que se mueva? Por nuestra necesidad de control.
Una de las necesidades del ser humano es tener control sobre nuestro entorno, esto se puede observar en los niños cuando se desarrollan, quieren tener las cosas siempre de la misma manera y en el mismo orden. A veces, algunos padres pueden sentir que pierden control del entorno cuando nace el bebé, y de manera instintiva, sobreprotegen al niño o niña. Es normal que pase, pero hay que analizar la propia conducta y ver si es necesario intervenir o no.
El movimiento en los niños y niñas es necesario para poder desarrollarse. Es una característica vital del crecimiento, y si la frenamos, podemos causar daños irreparables en el desarrollo.
Para entender mejor cómo comienza el movimiento, haré una breve introducción de la formación del Sistema Nervioso en el feto:

El tubo neural (que más adelante formará el cerebro y la médula espinal) comienza a formarse durante la tercera semana de embarazo, y la cresta neural (que formará los nervios que recorren el cuerpo o el Sistema Nervioso Periférico) se forma a la misma vez; más adelante, durante la extensión y especificación de las distintas partes del mesodermo (capa de células de la blástula que formarán el esqueleto, tejido conectivo y los aparatos cardiovascular y renal), la cresta se extiende también, creando las redes nerviosas que envuelven nuestro cuerpo por dentro, encargadas de transmitir las señales que llegan del Sistema Nervioso Central y las que vienen del exterior hacia el Sistema Nervios Central.
Para asegurarse de que todo funciona correctamente y comenzar a desplegar la red de neuronas, el cuerpo transmite señales eléctricas, generando movimientos involuntarios del cuerpo (como cuando instalan la red eléctrica en casa, y prueban todos los cables e interruptores para ver cuál sirve para qué).
Este movimiento es el que siente la madre por primera vez; y, a medida que el bebé crece y se desarrolla más, algunos de esos movimientos se volverán reactivos, es decir, habrá movimientos que el bebé haga cuando siente presión (ya sea por la posición de la madre o si con la palma de la mano, apretamos suavemente una parte de la barriga).
Cuando el bebé sale del útero, es su misión utilizar estos movimientos involuntarios y reactivos para localizarse y poder comenzar a conocer el nuevo lugar en el que se encuentra. Y con el tiempo, conforme va creciendo, va a ir ganando control de su cuerpo por el proceso de mielinización, o cobertura de parte de las neuronas (el axón) con una grasa llamada mielina. Imaginemos que tenemos una red de cables eléctricos pelados (las neuronas sin mielina), conectados a la corriente (el cerebro) y a una bombilla (una extremidad, por ejemplo); al no tener aislamiento, la electricidad se iría perdiendo conforme viaja por el cable. Sin embargo, si tenemos un cable recubierto por un tubo de plástico (como la mielina recubre el axón de la neurona).
Al irse expandiendo este proceso de mielinización (desde la cabeza hacia los pies y desde la columna hacia las extremidades), el niño o niña es capaz de manipular su cuerpo de manera voluntaria por zonas, primero de manera conjunta, y luego de manera aislada.
Este proceso se da durante el primer año de vida del bebé.
Sin embargo, al igual que cuando se hacen test de electricidad en la casa, como habíamos descrito antes; si un interruptor o fusible no reacciona con nada, se elimina o se inutiliza; el cuerpo no desarrollará su potencial de movimiento si mantenemos al niño o niña envuelto y enrollado, o lo metemos en un espacio que no le permite estirarse, rodar, patalear y mover los brazos y la cabeza.

Es muy importante que el niño o niña pueda manipular su cuerpo para poder hacer todas las conexiones neuronales de manera adecuada, y también que haya experiencias que causan una reacción (si pierdo el equilibrio, me caigo), ya que ello ayuda a crear el plano del cuerpo y a poder desarrollar un mejor control del mismo.
Como Maestra de Educación Infantil, he visto muchas veces este miedo de los padres a que el niño se caiga, se haga un chichón o una herida; y he visto el efecto que esto ha tenido en los niños, muchos de ellos suelen tener problemas de equilibrio, o no tener una buena agilidad tanto para actividades de motricidad gruesa (correr, saltar, escalar…) como para actividades de motricidad fina (usar tijeras, coger materiales pequeños, pintar…).
Sin embargo, cuando realicé mis prácticas en un centro Montessori, pude observar cómo en algunos de estos niños al pasar unos cuantos meses en el centro, se producía un desarrollo muy significativo en estas capacidades. No estoy hablando de curas milagrosas ni de rehabilitación muscular, para ello es necesario trabajar con doctores cualificados. Hablo de niños que tenían miedo de caerse y que apenas se movían, poco a poco comienzan a correr, saltar, trepar, ponerse retos y lo mejor de todo, volver a confiar en sí mismos.
Hoy en día hay muchas maestras y educadoras que entienden esta necesidad y los profesionales de la salud lo recomiendan; es nuestro papel como padres y educadores, el dar un espacio seguro donde el niño o niña pueda ejecutar los movimientos que necesite para manipular su cuerpo y el entorno. Un entorno que no constriña, limite o controle el movimiento, un espacio libre; en orden de ayudarle a crear un mejor sentido del esquema corporal y una buena autoestima, donde él o ella diga: “yo sí puedo”.